Mucho se ha especulado acerca de los orígenes de Frankenstein, la novela que revolucionó para siempre la ciencia ficción y el terror.
Algunos hablan de una apuesta de su autora con su amigo Lord Byron, para ver quién escribía la mejor historia de fantasmas, otros de una pesadilla recurrente que tenía Mary con la resurrección de los muertos en la tierra. Los hay que aseguran que el doctor Víctor Frankenstein, creador del monstruo, estaba inspirado en el excéntrico científico Andrew Crosse, quien en 1807 experimentaba con la electro-cristalización y cuya figura perseguida por la ciencia y la religión fascinó a los intelectuales de la época.
Algunos hablan de una apuesta de su autora con su amigo Lord Byron, para ver quién escribía la mejor historia de fantasmas, otros de una pesadilla recurrente que tenía Mary con la resurrección de los muertos en la tierra. Los hay que aseguran que el doctor Víctor Frankenstein, creador del monstruo, estaba inspirado en el excéntrico científico Andrew Crosse, quien en 1807 experimentaba con la electro-cristalización y cuya figura perseguida por la ciencia y la religión fascinó a los intelectuales de la época.
Pero quizás el mítico monstruo que decía que “se había convertido en un demonio por la desgracia y la desdicha” símbolo eterno de la soledad, la esterilidad y la muerte, sólo era un reflejo de ella misma, incapaz de retener la vida de las personas queridas: la de su madre que murió al poco tiempo de dar a luz, la de su hermanastra que se suicidó, o la de sus tres hijos que murieron al poco tiempo de nacer.
El monstruo peregrino sediento de afecto, fue la voz de la propia Mary, que vivió de forma itinerante, condenada al ostracismo social por enamorarse de un hombre casado que además también tuvo una temprana muerte. La escritora viajó por Francia, Inglaterra, Alemania, Holanda, Italia, pero nunca más estuvo con otro. Las cartas que intercambió con amigos mostraron que siempre estuvo cubierta de deudas y siempre buscando la aprobación de su padre.
Tenía poco más de 40 años cuando empezó a sufrir dolores de cabeza y parálisis que la persiguieron hasta sus últimos días, y ya no pudo volver a leer o escribir.
Tiempo después de la muerte de Mary Shelley, cuando Frankenstein era ya una de las novelas más famosas en toda Inglaterra, su familia registró su escritorio. Allí encontraron trozos de cabello de sus hijos perdidos, un cuaderno que había compartido con Percy Bysshe Shelley, su compañero de toda la vida, y una copia de un poema de éste llamado “Adonaïs”, también encontraron una hoja envuelta en seda:
Tenía parte de sus cenizas y los restos de su corazón.