Sus compañeros la eligieron a los 16 años “el chico más feo del instituto”, también la marginaron más tarde por llevar atuendos estrafalarios, “beber como un hombre” hasta derrotar a los mejores borrachos de las tabernas donde cantaba a cambio de cerveza, y ser amiga de los negros e ir a sitios donde se oía blues y jazz expresando así que estaba claramente en contra del racismo. Así se fue convirtiendo Janis Lyn Joplin en una estrella del rock, en vez de en una profesora, como querían sus padres. “Sufrir mucho es lo único que necesitas para cantar blues” solía decir.
Años después, sus canciones no paraban de inundar todas las radios, que se morían por entrevistar a esa “hippie de espíritu rebelde” que era considerada además musa e icono de la cultura de los años sesenta, y que hizo que los mejores productores musicales de la época hicieran esperar a Bob Dylan o a los Doors por tenerla en su estudio. Su larga lista de amantes, casi todos músicos, sabían igual que su público, que cualquier canción sonaba distinta cuando salía de las entrañas de Janis Joplin, la cantante con un magnetismo y carisma irresistibles, “la blanca con voz de negra” de registros prodigiosos y voz rasgada por el whiskey, que "en cada concierto hacía el amor con todo su público, pero siempre volvía sola a casa”.
No se sabe si la soledad o la heroína fue lo que a los 27 años se llevó a Janis de este mundo, que soñó con un futuro mejor a través de sus canciones, que fue seducido por la pasión que volcó Janis sobre todos los escenarios que pisó, y al que dejó como herencia cuatro discos legendarios y 2.500 dólares para que sus amigos no celebraran su funeral, sino una enorme fiesta.