Decir que fue una de las mejores poetisas de latino américa es poco.
Desde que todos la recuerdan, la joven María siempre estuvo comprometida con las buenas causas, estudió filosofía y periodismo, y como pocos profesionales de su ocupación a pesar de estar amenazados por el clima de violencia creciente en Colombia, nunca tuvo miedo de hablar abiertamente de la verdad que azotaba su país.
Fue jefa de redacción de varios periódicos, la única escritora que tuvo el honor de participar en la asamblea de 1991 que reformó la constitución de Colombia, dirigió las páginas literarias “Vanguardia” y “Estravagario” organizó congresos de poesía por la paz, y su trabajo le valió el llegar a ser la directora de la Casa de Poesía Silva en Bogotá.
Año y medio estuvo esperando María noticias de Ramiro Carranza, su hermano secuestrado por las Farc, noticias que nunca llegaron, y poco a poco vio la escritora con amarga desesperación como los intelectuales, las autoridades y sus compañeros de profesión se desentendían con el silencio y el miedo primero, y con la lástima y el cinismo después, de sus esfuerzos para lograr contactar con los secuestradores.
Según la versión que contó años después “Edgar” un guerrillero jubilado, que fue uno de los testigos del secuestro, Ramiro murió a principios del 2003, justo cuando el Ejército colombiano cercó a las Farc con la operación Libertad Uno. “Ese hombre estaba enfermo del alma, porque lloraba mucho en las noches...” dijo.
Junto a la vida de Ramiro se diseñó una lista interminable de nombres que quedaron en las montañas de Cundinamarca y que murieron fusilados, de hambre, de soledad, enfermos...
María Mercedes Carranza no murió en la montaña, prefirió hacerlo sin la ayuda de las Farc,
se quitó la vida en su casa de Bogotá.
Desde que todos la recuerdan, la joven María siempre estuvo comprometida con las buenas causas, estudió filosofía y periodismo, y como pocos profesionales de su ocupación a pesar de estar amenazados por el clima de violencia creciente en Colombia, nunca tuvo miedo de hablar abiertamente de la verdad que azotaba su país.
Fue jefa de redacción de varios periódicos, la única escritora que tuvo el honor de participar en la asamblea de 1991 que reformó la constitución de Colombia, dirigió las páginas literarias “Vanguardia” y “Estravagario” organizó congresos de poesía por la paz, y su trabajo le valió el llegar a ser la directora de la Casa de Poesía Silva en Bogotá.
Año y medio estuvo esperando María noticias de Ramiro Carranza, su hermano secuestrado por las Farc, noticias que nunca llegaron, y poco a poco vio la escritora con amarga desesperación como los intelectuales, las autoridades y sus compañeros de profesión se desentendían con el silencio y el miedo primero, y con la lástima y el cinismo después, de sus esfuerzos para lograr contactar con los secuestradores.
Según la versión que contó años después “Edgar” un guerrillero jubilado, que fue uno de los testigos del secuestro, Ramiro murió a principios del 2003, justo cuando el Ejército colombiano cercó a las Farc con la operación Libertad Uno. “Ese hombre estaba enfermo del alma, porque lloraba mucho en las noches...” dijo.
Junto a la vida de Ramiro se diseñó una lista interminable de nombres que quedaron en las montañas de Cundinamarca y que murieron fusilados, de hambre, de soledad, enfermos...
María Mercedes Carranza no murió en la montaña, prefirió hacerlo sin la ayuda de las Farc,
se quitó la vida en su casa de Bogotá.