Era un lunes de Diciembre de 1955. Martin Luther King jr. Se asomó por su ventana y contempló que los autobuses de la primera hora de la mañana, que normalmente iban abarrotados de gente negra que se dirigía al trabajo, iban vacíos.
Unas días después, cuando conducía su coche hacia la iglesia, donde iba a pronunciar un discurso como líder de la M.I.A, la asociación para el progreso de Montgomery, en las calles ya no eran cientos las personas que iban caminando al trabajo o compartiendo un coche con sus familiares o amigos, eran cuatro mil personas, las mismas que le esperaban para continuar con el boicot a la la ley de los autobuses, que obligaba bajo pena de cárcel, a las personas de raza negra a ceder el asiento a un blanco y desplazarse de pie, al fondo del autobús.
Este giro capital a la historia no hubiera sido posible sin la figura de Rosa Parks, una mujer que no era una oradora, ni una revolucionaria, sino una humilde costurera, que volviendo del trabajo, harta de siglos de humillaciones, se negó a ceder su asiento a un blanco.
El suceso que desató la más importante de las revoluciones en contra del racismo y del segregacionismo racial que existía en Estados Unidos, que además de llevarse a cabo en los autobuses, impedía entrar a la gente negra en los restaurantes, los lavabos, los supermercados, los colegios y universidades, se extendió durante un año, culminando en el hecho de hacer inconstitucional toda forma de racismo.
Rosa Parks no fue una mártir, no sentía ningún tipo de rencor hacia la gente blanca, sólamente estaba harta de la falta de libertad y de respeto, no necesitó grandes discursos para pasar a la historia, sólo hizo lo que le parecía justo.
Rosa Parks Sólamente dijo “No”.